viernes

Una noche más. Noche fría, de esas que sirven para congelar los pensamientos, llegar a casa y plasmarlos en un papel. Unos dedos fríos juegan dentro del tapado con el reproductor de música, otra canción que se queda en la mente.

Es algo tarde aunque no demasiado. ¿Quién decide cuándo es tarde? Hoy para mí este ahora está más que bien. Es el tiempo justo, no hay nada que me apure… uno se siente así cuando se dedica un minuto para disfrutar de la nada, del simple transcurrir de la vida.
Varias personas en el local de la esquina, me parece que es una rotisería. El resto de la calle prácticamente vacía, sin ruidos. Alguien que camina por la otra vereda y una chica que va atrás mío y desaparece en alguna cuadra. Dos figuras a lo lejos vestidas de gimnasia... son los trajes que más se ven a esas horas, cuando se sale a gastar energías; las corbatas quedaron como espectadoras nocturnas en las estatuas de madera del negocio de ropa que acabo de pasar.
Otra canción que se pierde, que se graba en el corazón. Una mirada rápida al cielo mientras los dedos se congelan por la brisa al acomodar una bufanda azul. Nada. Vacío. Azul. No, no está completamente vacío. Una, sólo una estrella. Y con eso basta. El pequeño astro que me acompaña a casa yace suspendido y solitario en medio del manto nocturno. Varios pasos viendo hacia arriba, conectándome con esa pequeña luz, buscando alguna esperanza. Aparece su voz inexistente en el medio de una melodía que no termina de llegar. Está ahí, eso que estoy buscando… quizás como ella, palpitando solitaria. Necesito un poco de ilusión para estos dos corazones vagabundos. Esperanza y un suspiro que hoy te dedico como tantas otras noches, cómo me gustaría poder compartirlas todas contigo. Mostrarte el mundo con mis ojos, verlo con los tuyos. Sonreír y sólo encontrarme en tu sonrisa. Tocar tus dedos en vez de las pequeñas ramas de los árboles que acaban de esconder a mi estrella.
Un golpe de realidad, de esa que desgraciadamente se empieza a hacer costumbre. Una importante cantidad de bolsas negras que se apilan y al frente unas cobijas que hacen de refugio a una señora de más de 60. ¿Por qué el domicilio de alguien que podría ser mi abuela tiene que ser Arenales al XXXX – vereda roja, al frente de la basura? ¿Por qué uno se tiene que acostumbrar a eso? Es una nota triste, como un violín quebrado. Una lágrima que no quiere salir pero que se siente, oh sí que se siente. Maldita sea.
Más deportistas, un perro. Extraño a la Thea, su cola moviéndose sin sentido y esos ojos negros que transmiten tanto o más que los de alguna persona; como cada vez que el ruido de la valija se oye por el pasillo de casa cuando alguien se va, es increíble cómo se da cuenta y se entristece. No se separa de nosotros. No quiere ser olvidada. Es que ¿Quién quiere ser olvidado? Siempre de alguna forma buscamos eternidad, permanecer en la memoria de alguien, inclusive en su corazón. Sí. El corazón a veces recuerda mejor que la mente.
Música alegre. Voces en español y bien argentinas. No, no son gritos de gloria. No hubieron goles estos días y mejor no hablar del tema – la macumba le ganó a la misa.-. Una risa irónica que no se me escapa. 1, 2, 3 pasos más y un STOP. Un taxi que cruza por Uruguay, las luces violetas del colectivo que se acercan por el mismo lugar y nada más. Sólo esperar a que atraviese, esperar en otro segundo que se detiene. Otro segundo para reflexionar sobre los sentimientos. Que si soy una enamorada del amor? Sí, me di cuenta como a los 15.
De reojo le pego otra mirada al cielo. Sí, sigue altiva en el mismo sitio, acompañándome muda. Esperanza no habla pero actúa. “click”, otra canción, la última. Esta vez la acompaño en voz bien bajita, casi imperceptible, desde la mitad de la 9 de Julio. No creo que alguien me escuche, a la derecha vienen un montón de luces blancas, a la izquierda parten la misma cantidad de luces, solamente que son rojas. “ Con la voglia di parlare solo con te”. Solo con te. Solo con te, sí sólo contigo. Hablar con vos, caminar con vos, ir sin rumbo, perdernos y encontrarnos a nosotros mismos. No sé, tal vez este sea un sueño después de todo. Mi sueño.

- Hola Fernando. – le digo sin sacarme los auriculares, nunca lo hago; pero siempre lo saludo y él siempre responde. – Buenas noches.
- Buenas noches.
- Chau! – Y entro al ascensor.

Otra caminata que se acaba, música que fue subiendo hasta el cielo a rozar una estrella, una señora de entre miles sin techo, recuerdos que se vuelven a sentir, un puñado de segundos que marcan la simple vida.

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