martes


C
on una cerveza en la mano entre música estridente, así me encontró aquél viernes por la noche. El antiguo salón de la casa, esa que conocía de memoria, atestaba de gente bailando, charlando, reencontrándose. Mi inconsciente y mis pies sabían mejor que yo a quién deseaba ver en esa velada, puesto que no tardé ni 15 minutos en divisar su fino cuello descubierto y quedar a escasos centímetros de su perfume a jazmín. La miré de reojo, pero por los juegos del destino, ella me descubrió.


¿Estaba preparado para algo semejante? Fue como mirarme en un espejo. No porque me reconociera en ella, sino porque escuché todo lo que me dijo en ese silencio que se produjo en nuestra distancia. Lo supe de inmediato: Su media sonrisa había sido extirpada desde hacía días y ahora la remplazaba una corta mueca bien fingida para aquellos que no prestaban la atención suficiente. Su mirada, Dios cómo explicarlo, su mirada ausente se abrió paso entre mis músculos y huesos hasta hacer detonar mi alma. Estaba perdida, ida y sin embargo lograba que resaltaran entre sus tupidas pestañas sus ojos de neblina. Fueron esos ojos y un golpe seco que se sintió lejano los que confirmaron lo que más me temía; su corazón estaba destrozado, aniquilado por el amor; o por el desamor - en este caso eran lo mismo. Darme cuenta de toda esa marea hizo que me petrificara por horas… aunque tal vez hayan sido unos pocos segundos, no lo sé. Sólo sé que ella me observó de esa forma por todo el tiempo en el que duró mi sin-tiempo; luego bajó los ojos, se aseguró que su corazón escondiera una lágrima en ese latido y cuando volvió a levantarlos suspiró y esperó a que yo reaccionara.


Inmóvil como estaba, no pude articular gesto o destrabar palabra y me arrepiento por eso. Ella quería decirme algo, lo sé, nos conocemos demasiado bien. Y sin embargo ninguno podía hacer absolutamente nada.


Ese par de cristales volvieron a clavarse en el piso por un momento, pero esta vez cuando los alzó no me miraron. Hubiese sido suficiente para pulverizarme, pero no lo había hecho. Entonces caí en la cuenta de que esperaba algo de mí, algo que ni con toda mi masculinidad podría sacar a luz esa noche. Mi propia deducción me estaba triturando.


Saber que nunca iba a ser lo que ella merecía, mucho menos el hombre de su vida.







[ Y dsps lo sigo...]

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