lunes

Esa tarde supe que me había enamorado de su sonrisa. La recuerdo bien.

-¿Bailarías conmigo?
-No, imposible. Yo no bailo.
-Oh, vamos! Todos movemos los pies al menos un poquito.
-Que no. – Dijo endureciendo levemente su quijada. Escondí media sonrisa y me levanté del lugar. – Qué estás tramando? Ya te dije, no no y no. Soy malísimo.
-Lo siento, pero eso no lo voy a dejar a tu criterio. A ver… -

Mi cabeza acababa de idear un pequeño plan. En dos ligeros pasos llegué hasta la escalera y me dirigí a su habitación. Oí el suave golpe que producían sus pies descalzos en la madera. Sus dedos rozaron mi cintura.
-Y se puede saber por qué te escapas así? – Dijo mirando la parte de la biblioteca donde yo había clavado la vista. – Ah, no!
-Ah, sí. – Estiré la mano y extraje uno de los cds de música clásica algo empolvados que tenía junto a los libros – Acá no vas a tener problemas para bailar. Lo sé. – Lo metí en el reproductor de dvd y puse play . Antes de que comenzara a sonar la melodía, entrelacé sus dedos a los de mi mano derecha. – Lo sé. – Le repetí en un susurro, esta vez sin evitar mi media sonrisa. La música inundó la habitación en un vals y casi sin darnos cuenta, dos corazones se movían al mismo compás.
-Doh… - Mufó. Era ese tipo de quejas divertidas que acompañaba con su mirada penetrante; acababa de rendirse. Relajó un poco sus músculos y nos balanceó con ritmo.
-Ves que sí podés? Nada más necesitabas un poco de “espacio personal”.
-Yo puedo hacer taaantas cosas. – Puse los ojos en blanco. Las trompetas de fondo le dieron más fuerza a sus palabras. Le dije “orgulloso” con la mirada.
-Ah sí? ¿Cómo qué?
-Algo como… - me acercó aún más a su pecho, provocando una reacción que recorrió toda mi columna vertebral. – Esto!
Me levantó de las rodillas y me tumbó sobre su cama, dando inicio a una batalla campal, la mejor guerra de cosquillas que alguna vez pudo existir sobre la tierra.
Esa tarde supe que me había enamorado de su sonrisa. La recuerdo bien. Se le escapaba del alma y se colaba entre mis huesos. Estaba en su pelo, en su perfume de verano y en su mirada de sabueso. Se mezclaba con la música, con los ruidos de afuera…

… y con mi risa también.







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