martes




Resulta que hace un par de días, me dediqué a revisar la cantidad de fotos que tengo en la computadora. No sé muy bien por qué, pero por alguna razón terminé armando el collage que está arriba de este texto.


Ojos.



No, miradas. Distantes, presentes, expectantes. Miradas que expresan desde miedo hasta tranquilidad, pasando por furia, diversión, curiosidad, sorpresa, ternura. No sé, a veces creo que las emociones no piden permiso y simplemente se escapan frente a nuestras narices. Tal vez lo que nos falta sea aprender a leer eso que no se dice con palabras.

Y ahí estaban, setenta miradas completamente diferentes mirándome desde el otro lado del monitor, cada una especial y única a su manera. Están las miradas que seducen, las que te invitan a pasar, las que se animan a retarte a la aventura de conocer a la persona que está detrás y también están aquellas que tienen el brillo de la niñez, de la inocencia y la travesura entremezcladas. Algunas vienen con arena, otras con sueño; un par se maquillan de fiesta. Después están las que se esconden, sea por timidez, sea por serenidad - como cuando estás tan, pero tan relajado que los párpados se cierran -. Hay de las que se arrugan por marcar el paso del tiempo o por reír a descaro y con frenesí. Miradas que hablan, dicen “lo siento”, “te quiero”, “todo va a estar bien”… Después de todo, repito, hay “algo que no se dice con palabras”.

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