sábado

Era un día plateado y algo triste, de esos en los que no salís porque el viento te revuelve hasta la espina dorsal. Yo estaba encerrada en casa, deambulando sin rumbo y buscando qué hacer de interesante.
Fue en ese momento en que los vi. Pasaba absolutamente todos los días por allí y los miraba siempre, incluso me sabía los nombres de la mayoría de los que estaban apilados junto al reproductor de música; pero a veces pasa que lo que tenemos al frente es lo último que solemos observar.
Una fila con nombres más bien nuevos – al menos de aquéllos años – me invitaban a ser abiertos:, Backstreet Boys, Britney Spears, Mambrú, Five y no sé cuántos más de ese estilo. Luego otra fila que también me sabía bastante bien: Vivaldi, Mozart, Chopin, Caetano Veloso. Esos eran los cds de mis papás, los cuales en su mayoría los habían comprado cuando nosotros habíamos nacido... y que yo había mamado y amado desde el principio.
Sin embargo, habían algunos que no tenía ni idea de qué tipo de música tocaban; uno en particular me llamó la atención. Una tapa celeste con un hombre sonriente y su nombre grabado en blanco. David Gates me invitaba a ser escuchado esa tarde de otoño. Lo abrí con un brillo de curiosidad, justo cuando mamá entraba por el pasillo. Se acomodó un mechón castaño detrás de la oreja y me sonrió de medio lado, apenas mostrando los dientes. Puso el cd en el reproductor y buscó el track número seis.
- Esta te va a encantar – Me dijo, conociéndome. – Era mi favorito cuando iba a la universidad. Después salieron los casetes y tu papá me lo compró… el disco de pasta creo se perdió en una mudanza. Ahora, está este.

Y así nos quedamos, juntas compartiendo la belleza del viento, el violín, el piano y la lluvia que inundaron por completo el salón.
Te extraño mamá.

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