martes


E
l día gris me encontró cruzando Libertador justo antes de que rompiera su llanto. Como otras veces yo iba sin prestarle el más mínimo de atención, absorta en Coldplay desde mis oídos y con la mirada clavada en mi objetivo: El Museo de Bellas Artes.
Entré contenta, incluso tal vez con un paso simuladamente altanero y compinche, como quien se siente orgulloso de cumplir con algo que tenía pendiente desde hacía rato. Sin embargo, con el correr de los minutos sentí cómo mis pasos iban disminuyendo la marcha y una nueva sensación de nostalgia comenzaba a emerger desde algún rincón interno. Me sentí incómoda y fuera de lugar, como si de repente hubiese perdido el motivo de estar ahí.
Entonces me di cuenta. Lo que realmente estaba buscando era encontrarme a mí misma en el medio del silencio. Por primera vez en mucho tiempo sentí que no quería escuchar nada, absolutamente nada que no fuera el barrido de los pies transeúntes caminando entre medio del arte. Vivaldi comenzó a oírse cada vez más lejano, se iba escondiendo entre cada pincelada de bosques y vistas del castillo de Chenonceaou, bajito, más bajito… hasta desaparecer por completo. Me dejé inundar por las reflexiones que se escapaban desde cada mirada, cada paisaje, escultura u objeto. Era un contemplar totalmente nuevo; era indagar sobre esos mensajes que buscaban atravesar las paredes del tiempo, volverse inmortales, llegar a cada uno de los ínfimos espectadores que alguna vez las vieron. Como yo, como vos. Era buscar una respuesta de mi misma en un retrato que quería decirme algo. ¿Qué?.

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