miércoles


E
s otra de esas noches frescas y bonitas de principios de Septiembre. Buenos Aires está
callada y quieta, tan tranquila como puede estarlo cualquier vecino de Arenales después de las nueve. Es incluso relajante escuchar tanto silencio en tanta inmensidad.
Desde arriba Media Luna me medica una sonrisa de medio lado entre el azul noche y el gris edificio. La verdad es que hoy me gustaría poder subirme al techo de casa, descalza por supuesto, y tumbarme entre las tejas a charlar con ella, como solía hacer en las noches frescas y bonitas de septiembres pasados. Contarle de los paseos, de las charlas inesperadas, de las películas por ver. Admitirle mis miedos y decirle lo molesto que estuvo hoy Febo porque de nuevo salí sin lentes. Pasarle en modo secreto su nombre y por qué no, sugerirle que la próxima vez que nos vea juntos me preste una estrella fugaz para pedirle un deseo. Pero todo eso retumba en las paredes viejas de tal forma que suena más bien a olvido y como si fuera poco, tener tejas en la gran ciudad es un privilegio que se me escapa de las manos. Aunque Media Luna se refleje sólo un poco desde mi pequeño balcón, sé que no es lo mismo. No, nada es lo mismo… Y sin embargo… un pequeño murmullo desde el cielo me sigue invitando a que ande con los pies descalzos, sólo por si acaso quisiera charlar con ella un rato.


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