sábado


S
in darse cuenta estaba de nuevo en el principio. Para su asombro nada había cambiado. La luz tenue de la habitación reflejaba las mismas sombras de siempre; en la pared estaban colgados los antiguos trofeos de fiestas pasadas, esas máscaras que ocultaban secretos destinados a permanecer perfectos escondidos allí, pendientes de un hilo. Podrían haberse perdido en el olvido de la memoria de un borracho. Pero no, con tan sólo tocar los labios del rostro veneciano todo volvía a ser tan real como aquel lejano día de Julio, cuando los vivió. Recorrió la mirada por el cuarto. Allí estaba todo, tan quieto e inmóvil que le daba miedo. Adentro de la agenda estaban los mismos escritos, las notas dejadas al pasar. La guitarra estaba apoyada en la esquina contraria, escondiendo las melodías imposibles de cuerdas rotas y amores utópicos. Las fotos todavía jóvenes, sin esos bordes marrones que muestran que al menos un poco el paso del tiempo las gastó. No, a esa habitación el tiempo no la desgastaba. El equipo de música tenía sintonizada la FM Hit, los gnomos del ta-te-ti mostraban que los sombreros violetas estaban a punto de ganar. Las botellas, los libros, los muñecos, las pequeñas estatuas de museos estaban en el mismo lugar de siempre, aunque a ella le gustaba pensar que por las noches se movían, vivían la noche mágica digna del cascanueces y después volvían a convertirse en juguetes. Tomó con su mano izquierda una cajita en forma de manzana y después de unos segundos la abrió. Ahí estaban sus iniciales grabadas en el anillo de oro que le regalaron cuando tenía 7 años junto con el colgante, ese collar que la transportó tantas veces a reinos fantásticos de hadas y príncipes. Comprobó que el anillo aún se lo podía colocar en el dedo pequeño. Y así, con el anillo en la mano izquierda y el collar en la derecha se desplomó en la cama, dejando caer las primeras lágrimas. Todo tan igual y ella tan diferente. ¿ por qué? ¿Por qué? Maldita sea, ¡¿Por qué???! Por qué no podía volver a ser la misma de antes, con la inocencia que encerraba ese cuarto, con los años inmutables que escondía. Por qué no podía irse a los bosques donde gobernaba su imaginación y ser la princesa de esos reinos que leía en los libros que tenía guardados en la biblioteca. Irónicamente la canción que sonaba en su computadora era “Crying won’t help you now” de Ben Harper. Tal vez fue por eso que se sonrió, aún con lágrimas recorriendo la punta de su nariz.

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