lunes

5 de Diciembre del año del mundial


Éramos tres: Vale, Ceci y mi persona. Bucaneras de alta gama que esa noche nos encontraba caminando las callecitas de Buenos Aires después de un breve encuentro en mi puerto. No podíamos negarlo, desde ese momento la bruma de la noche nos pronosticaba algo extraño. Continuamos algunas cuadras solamente acompañadas por el ruido de nuestros tacos y el murmullo de nuestras voces hasta que mi celular nos dio noticia de alguien.

- Estoy en la esquina. – La voz del otro lado sonó segura y masculina.
- Bien – Le respondí – Nosotras estamos llegando.

Efectivamente, segundos después alzamos la mirada para encontrarnos con el autor de la llamada. Estaba solo en la mitad de la calle, justo debajo de la luz que alumbraba la esquina, y sonreía de medio lado. La máquina acortó la distancia que nos separaba y después de los saludos correspondientes y las primeras palabras desafiantes de la noche [Sí, ahí mismo comenzamos con el asunto de “los tigres de bengala” – asunto el cual, mi querido lector, aún no sé bien de qué trata, por lo que comparto la incertidumbre], subimos las escaleras de nuestro destino: CASABAR, aquella cantina ya conocida por la marinera Vale y esta cronista. Ahora bien, la historia de cómo la conocimos, bien vale una crónica aparte.

Espejos, cuadros del siglo XVIII y música en inglés rodeaban el ambiente mayormente iluminado por la luz de la larga barra donde descansaban los futuros tragos. Máquina, después de hablar algunos minutos, consiguió una cómoda mesa para nosotros cuatro…. Y un espacio más reducido y “romántico” para la pareja que nos cedió el lugar. Vale y Ceci no tardaron en hacer lo suyo y volver a con la primer jarra de cerveza y trago de la noche. Sin embargo, la mirada cómplice y algo dudosa de Valerio me hizo sospechar que algo más había encontrado en esa barra: Unos [por así decirles] piratas conocidos se encontraban un poco más allá, en el sector fumadores. Luego de aquél aviso, decidimos proseguir con normalidad y dar inicio a la ronda de brindis recargados de promesas.

No pasaron muchos minutos cuando mi teléfono volvió a sonar. “ Sí, estamos adentro. … Claro, a la derecha”. Conversación breve para aún más breve encuentro con mi interlocutor; la fuerza avanzó entre las mesas a paso decidido y se nos unió con ánimo. Ce llenó su vaso con el líquido rubio y sonriendo dijo:

- Estamos casi todos los que vamos a ir a San Luis.

Era cierto, sólo faltaban el cartógrafo y la marinera flor. Brindamos también por eso y nos pusimos a planificar algunos detalles sobre nuestra próxima aventura fechada para Enero del 2011. De todas formas, pasamos rápido al próximo tema de festejo: El gran debut de nuestra Proa en la pantalla televisiva. Fue como extra, pero terminó besándose con Sancho, un actor bastante conocido entre los argentinos… o mejor dicho argentinas. Supongo que Fuerza se tapó sus celos típicos de hijo, o le habrá hecho algún berrinche a la madre por la escena que vimos… como sea, Ce actuó por un buen propósito: SIDA.

-Hay que festejarlo con una buena picada o con maní! – Soltó la máquina a mi diestra, contento de poder dar uso al sueldo de su nuevo trabajo. Desafortunadamente la camarera nos dijo que ya habían cerrado la cocina del bar [ cómo puede cerrar la cocina de una “casa” bar?] y que no nos podía dar ni siquiera maní. “Ja, como si eso fuese inconveniente…” La máquina se limitó a sonreír sin mostrar los dientes para luego deslizarse por la puerta del bar.
15 minutos después volvía a entrar con la misma sonrisa silenciosa en el rostro. Se sentó y me dijo en voz baja: Pégate a mi brazo. Obedecí y al instante sentí un ruido a plástico. El muchacho no lo había pensado dos veces y se había ido a comprar un paquete de palitos y otro de maníes para acompañar la segunda jarra de cerveza de la noche. A todo esto, Val ya tenía ánimus para la especialidad del lugar: toc-toc a $1. Pero todavía no era el momento para eso, o tal vez ese debería haber sido el momento y por error mío no lo fue.

[continuará.]

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